Wednesday, June 28, 2006

Viaje en micro

Todo comienza al ir a comprar el boleto. La empleada nos muestra que asiento elegir en la pantalla del monitor y uno piensa: a ver, si el micro se cae por un precipicio o tiene un choque múltiple en la ruta a las tres de lamañana, ¿en que asiento nos convendría estar sentado?. La parte de abajo esla más expuesta a los choques y eso de viajar con cientos de kilos arriba de la cabeza no es muy alentador, es cierto que se bambolea menos pero eso de estar cerca del baño...hmmm. En la parte de arriba se mueve mucho pero en caso de accidente tenemos las opciones de las escotillas del techo por las que se puede salir saltando entre los escombros. Ok., pero que asiento elegir; por las dudas que el conductor se quede dormido y se lleve por delante un puente bajo es conveniente de la cuarta fila hacia atrás.
Cuando llega el día de viajar nos bajamos del taxi y el hombre que descargala valija nos murmura algo inteligible y nosotros le damos una moneda. Hacemos la cola para dejar las valijas en la bodega del micro y un muchacho nos murmura algo inteligible, le dejamos una moneda y nos aprestamos a subiral micro. El chofer nos chequea el pasaje y nos dice algo inteligible y por supuesto respondemos con una moneda. Nos mira ofendido, y mientras nos devuelve la moneda, aclara la garganta y nos repite: ¡feliz viaje caballero!. Gracias, decimos algo abochornados pero contentos de ahorrarnos cincuenta centavos.
Es de madrugada y el micro viene de viaje desde Río Gallegos. Todos duermen y la atmósfera en su interior esta un poco cargada. Los cuerpos se desparraman desinhibidos sobre los asientos cual muñecos de trapo. Algunos rebalsan y avanzamos sorteando piernas. Con el bolso le pegamos a una cabeza que respiraba con la boca abierta apoyada en el posa brazo que seguro comenzó a soñar que estaba en las cruzadas y se le acercaba un bárbaro revoleando una bola con cadena que le acierta justo en medio de la testa. Nos había tocado el asiento de la ventanilla e intentamos vanamente despertar a nuestro ocasional compañero de viaje que más que durmiendo parecía en estado de coma dos. Para entrar teníamos que subir la piernai zquierda para pasar por sobre el hombre, a la vez bajar la cabeza para no pegarnos contra el porta equipaje y con la otra pierna impulsar nuestro cuerpecillo. Recordando nuestro curso de Tai chi, tomamos aire, nos pusimos en posición de grulla en guardia que cuida su nido a la vera del arroyo serpenteante al pié de la montaña, y nos lanzamos hacia delante. El asiento tembló al recibir este cuerpo gentil pero nuestro compañero ni pestañeo por lo que decidimos ascenderlo a coma cuatro.
Mientras nos acomodábamos intuíamos una presencia. La carita redonda de unpárvulo de apenas dos años se asomaba sonriente desde el respaldo delantero.¿Ta? dijo como todo saludo y nosotros equivocadamente respondimoscon una sonrisa ¡ta!. ¿Ta?, ¡ta!; ¿ta?, ¡ta!; ¿ta?, ¡ta!; ¿ta?, ¡ta!. Al llegar a un ritmo de ametralladora nos persuadimos que aquella relación atentaba contra nuestro descanso y pusimos nuestra mejor cara de monstruo de la laguna negra. Perfecto, sobrevino el puchero, el llanto y el advenedizo infante desapreció detrás del asiento.
Nos percatamos que por suerte nos tocó la ventanilla donde hay un martillo de emergencias. Leemos: “quite la cápsula de protección, saque el martillo y golpee el vidrio”. La susodicha cápsula es un plástico agarrado sólidamente con tres remaches. Nos miramos las manos sin uñas y pensamos como arrancar ese plástico que guarda con celo el martillito mientras el colectivo cae por un precipicio.
Tratando de tener pensamientos más propicios para conciliar el sueño, cerramos los ojos haciendo caso omiso a ese sospechoso olorcito a cable quemado. Son las cuatro de la mañana y no podemos dormirnos. Abrimos los ojos y el micro esta a oscuras salvo esos dos brillitos allí adelante.¿Ta?.