Friday, May 12, 2006

El nombre


Poner nombres a los proyectos siempre fue un mal augurio para mí. Cuando pensaba en proyectos simpáticos y originales para trabajar feliz a la vez que ganaba plata, lo primero que hacía era ponerles nombres. Unos nombres espectacularmente coherentes, fonéticamente bellos, etimológicamente impecables y con una dosis justa de originalidad.
Por supuesto los proyectos naufragaban en la desidia, caían en el olvido o aplastados bajo las nalgas de la pereza.
De ahí en más nunca puse los nombres al principio de una idea sino cuando estuviera en marcha y gozara de buena salud. Quizás muy dentro de mí razonara que: si a nombre excelente, proyecto fracasado; a nombre anodino, proyecto potable (así de simple soy).
De todas formas no hubo demasiada oportunidad de ponerle nombre a nada salvo a mis hijos. Al primero le puse Primo y al segundo Segundo y recién cuando se reciban de cardiocirujano y de ingeniero en superestructuras le pondré nombres como la gente.
No se pueden quejar, si les ponía nombres hace veinte años atrás se llamarían… Nicolás o quizás Joaquín de los que en su generación hay miles. En vez ahora se podrían llamar Kevin, Jonathan o Maximiliano.
Pero yendo al nombre de la columna…
¿Que significa este nombre? Obviamente es parte del conocido juramento “Lo juro por la luz que me alumbra”. ¿Acaso creo en juramentos?, de ninguna manera, como no creo en las cabalas ni en la mala suerte ni la mufa y nada que se le parezca.
¿A que luz me refiero?. ¿A la iluminación trascendental que llega con ese rayo de sol entre dos cumulus nimbus?. ¿A una lamparita de 40W o a la luz ambarina del monitor de la computadora?. Si tengo que elegir: a la luz de la computadora, soy ateo tecnodependiente.
La cuestión es que un día había que ponerle nombre a la columna y escribí dos carillas con decenas de nombres. Tanto para Claudio (editor del suplemento cultural) como para mí el faro de los nombres paradigmáticos iluminaba uno, la columna “Luz de gas” de Feliciano Fidalgo que publicaba en el País.
Hermoso. Delicadamente retro sin ser nostálgico. Pocas palabras, con un ademán poético y un significado preciso: era otra luz, una luz diferente bajo la cual ver las cosas. Redondito.
Bueno, ahí estábamos Claudio Andrade y yo tratando de elegir y ante la inminencia del cierre creo que elegimos este porque estaba la palabra “luz” y porque era un juramento tan aspaventoso como kitch que prometía la verdad (¿verdad?) al precio de un estrafalario conjuro. ¿Complicado no?. Pero bueno, quedó.

2 Comments:

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